Recurro a dirigirme a ti por escrito después de haber agotado todos los recursos posibles para intentar expresar cara a cara todo un cúmulo de ideas, sensaciones y esperanzas que se han gestado, han mutado y han muerto en mí en los últimos meses.
Y es que seguramente será anticuado, poco práctico y nada operativo, pero a mí me enseñaron que los hombres se dicen las cosas cara a cara, que el valor radica en sostener la mirada del otro cuando tus palabras hieran, en aguantar el nudo de las tripas cuando sientes como tu interlocutor discrepa violentamente y en evitar esconderse detrás de las cosas o de las personas para abordar encuentros difíciles.
Así que valiente, lo que se dice muy valiente … No. Seguro que no eres
Hace unos meses irrumpiste en nuestro pequeño ecosistema, directamente en la cima de la pirámide.
De todas las pirámides.
De pronto eras el macho alfa, el líder de la manada, el predador por excelencia.
Habías heredado el cetro de manos de un viejo macho cansado, de existencia patética, cuya imagen era el reflejo distorsionado en un espejo de feria de lo que en su día fue.
Su estampa era más triste que imponente.
No lideraba. Apenas contenía a los cachorros.
Sobrevivía consciente a cada momento del fin que inexorable, se le venía encima, sabiendo que le sobraba trono por todas partes y de que apenas era capaz de entender los acontecimientos con los que se enfrentaba. Cuanto menos liderar el avance del grupo, esbozar las estrategias de futuro o planear las tácticas para abordar nuevos retos.
Y así, encogido y asustado, sin dignidad, sin drama, sin heroísmo… sucumbió a su destino.
Y como siempre desde el principio de los tiempos, inexorablemente, su cumplió el ciclo.
E irrumpiste tú. Melek.
Un cachorro de la mejor estirpe. Entrenado y enseñado a conciencia. Casi el puro antagonista del viejo macho: joven, vigoroso, seguro de ti mismo, arrogante, valiente y temerario, con una crianza intachable, casi diseñado para ese rol.
Naturalmente tu llegada fue recibida con esperanzas mesiánicas. Nos encontrábamos en las orillas del Mar Rojo y necesitábamos un Moisés que nos abriera un camino en medio de las aguas y nos dirigiera sin muchos rodeos directamente a la Tierra Prometida, en la que no hay crisis económica, llueve el maná y fluyen manantiales de leche y miel.
Pero claro, este tipo de utopías sólo las podemos encontrar en la Biblia, en el Corán (con perdón) y en algún que otro relato de los hermanos Grimm escrito durante un periodo particularmente alucinatorio.
Así que empezamos a toparnos con la realidad, realidad que tozudamente nos aleja del mundo de los deseos y nos arrastra por el barro de las verdades, realidad que desdibujó esta magnífica imagen tuya, propia de un héroe épico, hasta transformarla en la caricatura grotesca que es hoy.
Cuanto sufro, Melek, teniendo que escribirte todo esto.
Cuanto me gustaría poder decírtelo cara a cara, como los hombres se dicen las cosas.
Y si no lo hago, Melek, es porque tú valiente, … muy valiente … No eres.
Supongo que desde tu perspectiva de aprendiz de Demiurgo, la posibilidad de contar con materia primigenia para hacer las prácticas de sumo hacedor debió resultarte excitante, a la vez que la lógica consecuencia de tu propia naturaleza divina.
Sin embargo he de confesarte que la amalgama de seres que formamos parte de tu “materia primigenia”, no acogimos con especial ilusión este nuevo papel que debíamos desempeñar.
Para empezar, querido Melek, somos muchos los que no nos consideramos parte de ese magma amorfo e inerte cuya pura existencia solo tiene sentido para cumplir tus designios.
Te digo más, algunos ejercemos una abierta apostasía a este nuevo credo que pretende relegarnos a meros juguetes en manos de un dios menor.
Y es que, querido Melek, cuando decidiste dejar tu impronta en la historia, cuando te lanzaste a tejer tu personal cesto que te otorgara un lugar en el paraíso de los artesanos, olvidaste contar con los mimbres, y los mimbres no son secundarios. Su naturaleza da al cesto la consistencia y la textura, la fuerza y la resistencia, la calidad final y su esencia.
Te has creído a pie juntillas aquello de “Todos somos contingentes pero solo tú eres necesario”.
Y has ejercido tu poder, querido Melek, con soberbia, arrogancia y desprecio.
Cuando has empezado a ejercer me ha sorprendido descubrir dentro de tus innovadores principios rectores, los vestigios de algunos de los más rancios y deplorables esquemas adoptados por la humanidad.
Quizás, querido Melek, constituya un principio de máxima eficacia, el cercenar los contactos personales, el establecer un círculo de relaciones reducido, la clasificación y categorización de los individuos, el logro del respeto basado en el miedo, el ejercicio del control como sumo instrumento o de la desinformación como garante de sumisión.
Desde hace muchos años, en todas las culturas y en todas las latitudes ha habido líderes que como tú han recurrido al fácil ejercicio del poder por el poder. El miedo es siempre un poderoso aliado y un socorrido sustituto del respeto como legitimador del mando en ejercicio.
Sin embargo, querido Melek, permíteme albergar dudas sobre si el feudalismo es eficaz como moderno esquema organizativo, o si recuperar el sistema de castas hindú es una apuesta de futuro.
Dejando al margen las consideraciones relativas a la dignidad de las personas que supongo hay que contabilizar dentro del capítulo de pérdidas aceptables, quiero decirte, mi querido Melek, que es precisamente el equipo, son las personas, es la profesionalidad, la experiencia, el oficio, el saber hacer, los contactos, … lo que constituye nuestro patrimonio, nuestra herencia y nuestro tesoro mas fabuloso. Ese tesoro que tú has decidido despreciar sin siquiera evaluarlo, sin dar la menor oportunidad a su tasación, sin dejar que viera la luz cada joya para poder alardear de su brillo y su color.
Cuanto me gustaría decirte estas cosas a la cara Melek, cara a cara, como los hombres se dicen las cosas.
Y es una pena que no pueda hacerlo, querido Melek, porque por desgracia tu valiente, … lo que se dice muy valiente … no eres.
Tengo que decirte que aunque te sientas ungido por los Dioses, yo he crecido contaminado por esencias libertarias. En la forja de mi espíritu se ha fundido la igualdad con la dignidad, el derecho a expresarme con el deber de pensar por mí mismo, el sentirme rector de mis destinos con la pasión que pongo en las cosas que hago.
Y el resultado de esa aleación es un metal nada maleable, duro, firme, con alma, dúctil ante la razón pero difícil de deformar por la presión.
En definitiva, querido Melek, has centrado tus esfuerzos en el juego de los Dioses, dándonos la espalda, desposeyéndonos de dignidad, despreciando la experiencia y el conocimiento y lanzándote en una loca espiral suicida. Y ese salto al vacío me parece lícito y admisible … siempre y cuando no nos arrastres en él.
Y es que, querido Melek, albergo dudas acerca de tus propósitos, de ese interés último que rige tus actos, de si el proyecto común en el que estamos involucrados es el mismo que tu defiendes. En definitiva si tu rol es de Demiurgo o en el fondo buscas ser un Melek exterminador, dispuesto a sacrificar a todo y a todos en aras de un bien que consideras más elevado y más digno de ser preservado a toda costa.
Y yo me temo, querido Melek, que ese bien que quieres preservar a toda costa no es otro que tu propio culo.
Y esto me hubiera gustado decírtelo cara a cara, como los hombres se dices las cosas, pero por desgracia esto no ha sido posible porque lo cierto es que valiente…, lo que se dice valiente. No eres.
Querido Melek no sabes cuánto siento tener que decirte estas cosas por escrito, pero como no me has dejado hacerlo de otra forma solo quería decirte, sin que albergues, ningún género de dudas, que si finalmente has estado socavando en vez de construyendo, sirviendo a intereses particulares en vez de a intereses generales, demoliendo en vez de levantando …
No voy a entender, querido Melek, este asunto como un mero avatar del destino, como una simple escaramuza, en una batalla amplia y global. Voy a entenderlo como un conflicto personal y quiero anunciarte que no cejaré en mi empeño hasta destruirte por completo.
Y eso me hubiera gustado decírtelo cara a cara, como los hombres se dicen las cosas, pero el problema es que tu valiente… lo que se dice muy valiente … No eres.
Recibe, querido Melek, mi saludo más afectuoso.
